jueves, 15 de agosto de 2013

El columpio rojo (Parte 1)

Dicen que el último día de tu vida lo pasas en tu infancia, en medio del tiempo detenido. Allí fue donde la encontré, sentada en el columpio rojo, sin balancearse, jugando con la tierra bajo sus pies. Me senté junto a ella, en el columpio azul. No me miró.

Ella llevaba aún el uniforme del colegio, la falda de cuadros mal abrochada, las medias blancas llenas de tierra y el pelo suelto, siempre suelto. Los zapatos vino-tinto estaban tirados en cualquier lugar del parque. La saludé y solo me dijo que la gente grande no tenía permiso de sentarse ahí, le sonreí.

No sé cuál era mi obsesiva necesidad de hacerla feliz. Ella, en cambio, no tenía idea de quién era yo. Aún así, se bajó del columpio y se acostó en la tierra, mirando al cielo. Me acosté al lado de ella.

- Cuando las nubes se mueven, parece que el edificio se fuera a caer encima de ti – me dijo, sin mirarme.

Nos quedamos con las miradas en el cemento gris, mientras yo sentía que pronto caería sobre mí la vida. El sol de las 5 de la tarde se iba derritiendo detrás de las montañas.

- ¿Por qué estás aquí sola? – le pregunté

- Es que la mamá de Amalia no la dejó bajar, dice que tiene que hacer las tareas.

Los minutos casi no se movían, su tarde parecía durar más que mis tardes.

- Te voy a mostrar todo el parque – me dijo, poniéndose en pie.

Caminé a su lado. Me presentó los terrenos del edificio cual si fuesen un universo entero; el arenero, el kiosco para las fiestas de cumpleaños, el sitio escondido detrás del edificio donde construyeron una pequeña casa con bolsas.

- Estoy escribiendo una historia – mencionó mientras nos sentábamos dentro del lugar – es sobre el día que construimos esta casita.

- ¿Te gusta escribir?

- Quiero contar todo sobre mis amigos, llevo 18 páginas.

Me gustaba verla ser, cómo caminaba ignorando la maraña de pelo y las medias más negras que blancas, y los zapatos en la mano.

- ¿Por qué hablas tan raro? – me preguntó con sencillez, mirándome a los ojos.

- He vivido en otra ciudad algún tiempo

- A mí me gustaría viajar lejos y ser aventurera – respondió, como ignorando lo que le decía – Caro y yo jugamos en las tardes a ser Scouts y recorremos el mundo.

Un grito proveniente de alguna ventana nos hizo girar las cabezas. Y vi a mama, allí asomada por la ventana de la cocina. La llamó a ella, a mí no debió reconocerme. En mi estómago crecía una piedra; se veía tan joven, el pelo aún del todo negro.

Ella salió corriendo, poniéndose los zapatos como podía y despidiéndose de mí agitando la mano. Yo conocía bien las reglas, por eso no quise irme aún.

Me senté a esperarla, mientras se hacía de noche. Giraban alrededor del azul oscuro del cielo los niños que corrían por el parque, pequeños gritos agudos. Luego, las cabezas de las mamás comenzaban a aparecen una por una en las ventanas del edificio, llamándolos para entrar.

No recuerdo cuándo se hizo de noche, pero comencé a sentir mucho sueño. Los párpados se resbalaban sin mi permiso y el frío me obligaba a abrazarme las piernas.

Todo quedó en silencio. Quise renunciar.

Comenzó a correr entre mi pelo un viento frío, sonaron las ramas de los árboles y las cadenas oxidadas de un columpio. Luego, el crujir de una puerta que se abría y se cerraba.

Salió ella, caminando descalza, en puntas. Venía envuelta en una cobija azul que arrastraba por el piso. Se sentó a mi lado, apoyando sus manos en la madera de la silla.

- ¿Tú mamá no te regaña si te ve fuera de la cama? –me preguntó, abriendo los ojos.

- No, pero creo que la tuya si se molestará. Está muy tarde.

- Se fue a una fiesta con mi papá y yo no era capaz de dormirme.

- Yo tengo mucho sueño – le dije, sin querer decírselo.

...


Nos quedamos en silencio. Recordé que era el último día de mi vida.

8 comentarios:

  1. Intrigante y original relato, espero la continuación.
    saludos

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  2. Apunta muy bien el relato.
    Veremos que tal sigue.

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    1. Gracias por pasar por aquí, Toro Salvaje. Pronto saldrá la segunda parte ;)

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  3. Genial, ameno, lleno de imagenes sugerentes, ciertas paradojas. Me encanta.

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  4. Vero, esto me hizo pensar en Natalia.

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    1. Hola a los tres. Este comentario me dejó en las nubes... La verdad no lo escribí pensando en ella, pero ahora que lo vuelvo a leer pareciera que sí... Es increíble como de una historia pueden salir mil. Un saludo y gracias por pasar por aquí!

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