viernes, 30 de marzo de 2012

Corro las calles de los días

Fotografía: Chema Madoz
Corro las calles de los días desesperada por esconderme, aún sin la certeza de ser buscada.

Ella me conoce tal como si hubiese seguido mis palabras día por día, por eso evito los lugares comunes y me escondo a veces en el pasado, en el futuro que me invento. 

Antes nos llevábamos bien, ¿saben? Yo flotaba entre las nubes y cuando era necesario ella me jalaba de vuelta. Teníamos discusiones, es evidente, pero nuestro sistema funcionaba. Yo la encerraba en el clóset cada que quería escribir y ella, cuando tenía que cumplir con los deberes, me guardaba en sus zapatos. Nos queríamos, como hermanas. 

Pero claro, llegó el día de la graduación. Allí, con la toga azul y el vestido rojo, y todos mis compañeros de universidad saltando de felicidad. Yo no estaba saltando, aunque ella sí, y nos veíamos medio deformes, con un pie en la tierra y otro en el aire.

Recuerdo cómo la gente nos preguntaba qué haríamos a continuación, cuáles eran nuestros planes ante el futuro tan esperado. Yo quería seguir viajando, poder pensar la vida y caminar sin ahogarme de responsabilidades, pero ella era la que hablaba, como una lora contaba las ganas que tenía de entrar a trabajar  para alguna gran empresa y cumplir horarios, y esas cosas.

Por la noche nos acostamos queriendo darnos la espalda, ella había quedado avergonzada, cuánto odiaba que los demás notaran que éramos dos, y yo me sentía con olor a media sucia. Le dije entonces que me iría, ella se rió de mi estúpida idea, explícame cómo te vas a ir, me decía con esa sonrisa de yo sé más que tú porque entiendo el mundo.

Pero yo entendía mejor el mundo porque no estaba pegada a él, por eso supe como escapar. Me volé esa noche y la dejé durmiendo.

Supongo que la despertó el sentirse tan aplastada contra la almohada. 


Y a veces la miro, encerrada de niebla.