martes, 24 de mayo de 2011

Palabras ilegales

He encerrado a esa Verónica en el armario, por allá está gritando e intentando tumbar la puerta. Puede hacer el escándalo que quiera pero, al menos por esta noche, la dejaré allí. 

Ella a veces no entiende y me insiste que vomite las palabras sea como sea, incluso se para a mi lado y comienza a chasquear los dedos, logrando intimidarme. Le he intentado explicar que las palabras no llegan así porque si, que los relatos no nacen de sentarse en el computador y mirar el teclado. 

A veces he pensando que me gusta escribir en los momentos en los que no debo, en los que el sistema me obliga a ser una mujer que cumple responsabilidades y respeta reglas. Las clases de física, química y matemáticas en el colegio siempre fueron el mejor ejemplo. Allí estaba yo, atada con un alfiler a un pupitre de madera, encerrada por cuatro paredes blancas. El conocimiento que me querían embutir, asustándome con posibles insuficientes, me sabía a detergente. 

Entonces, sacaba aquel pequeño cuadernito azul que guardaba ilegalmente al fondo del pupitre, y en medio de nomenclaturas, fracciones y problemas matemáticos, me ponía a escribir. Escribir sobre lo que fuera, quizás sobre el tablero que abría su boca queriendo comerme, la historia real de la pobre niña que llegó al hospital por una intoxicación de números o la descripción artística de lo que hacían mis compañeras mientras fingían poner atención. La ficción siempre sabía mejor que la realidad impuesta. 

Pero luego llegaba roja de la ira la Verónica de cemento, la críada por la sociedad de responsabilidades, y me lanzaba de un golpe a la realidad. 

Debes estudiar, 
debes trabajar, 
debes esforzarte, 
debes fortalecer tu voluntad, 
debes ser juiciosa, 
obediente, 
perfecta
debes ser normal. 

Por eso me gusta encerrarla en el armario cuando voy a escribir, y de paso botar el odioso debes a la basura, porque en medio de las letras lo puedo ser todo. Todo menos normal. 

martes, 17 de mayo de 2011

Buscando voces

Ella tiene que escribir algún día la primera entrada, dejar aquella costumbre de hablar tras seudónimos. Realmente no es tan sencillo, quizá se necesite una pequeña transición. Yo le he dicho mil veces que no se empelicule, que comience básicamente diciendo quién es ella y qué pretende hacer aquí.

Entonces, hoy se me acercó tímidamente y me pidió que le permitiera tener su último cachito de cobardía.

- ¿Cómo así? - le dije un poco cansada de las crisis psicológicas que le daban a la hora de escribir.

- Hablar de uno mismo sin realmente hacerlo permite alguna clase de autoengaño. Imagina un juego de escondidijos contigo, donde por un tiempo te ocultas pero de tanto buscarte finalmente te puedes ver tal y como eres - alcé la ceja, o quise alzarla porque en realidad nunca aprendí, y le dije que se explicara - déjame escribir la primera entrada en tercera persona... 

Y quién le dice que no, y quién me dice que no.  

A veces la veo entre los reflejos, camina como forzando los pies a permanecer pegados al suelo. He querido decirle que la imagino cada mañana tomando un frasco grande de colbón y llenando sus zapatos de pegante, otras veces supongo que tiene en su cuarto una de esas pipetas de helio con las que inflan las bombas de cumpleaños. Imaginen lo que es verla caminando en los pasillos, seguro les causaría un poco de risa.

Una vez me confesó entre susurros que le costaba aterrizar a la realidad, es más fácil vivir entre historias y canciones, por eso quizás la recuerdo cada vez que oígo Media Verónica de Andrés Calamaro. Ella está allí, estudiando, riendo, caminando... pero luego, Verónica escribió en la pared con la tripa revuelta. 

Es muy curioso todo este asunto de la doble personalidad, más cuando su mismo nombre significa Imagen Verdadera. Pero supongo que todo es una búsqueda y confío en ella, en esa búsqueda de una voz propia en la que se ha embarcado al abrir este medio blog.

Puede que las primeras entradas sean solo susurros tímidos, luego secretos de oído a oído, incluso tengo la certeza que inventará algunos personajes cuando en realidad esté hablando de ella misma, pero finalmente llegará el día que aquellas dos mitades, la ficcional y la real, se unan en las mismas palabras... 

Ese día, supongo, tendrá que buscar un nombre nuevo para este lugar.