jueves, 5 de julio de 2012

Desencuentros

Pubertad - Edvard Munch
Recuerdo que me crucé con ella en un centro comercial de Medellín.

Era uno de esos tan anhelados fines de semana donde por fin podía verlo a él, sin artículos que escribir ni grandes preocupaciones. Caminábamos intentando coordinar el movimiento de nuestras manos cogidas con los pasos que daban nuestros pies.  Cada tanto parábamos para darnos un beso y luego otro, mientras mi vestido de flores daba tumbos con el viento. Instantes perfectos.

Sé que la vi porque me impresionó su rostro, tenía miedo. La acompañaba algún él. Olvidé por un momento coordinar mis pies con sus manos.

Al día siguiente me la encontré abordando un vuelo de vuelta a Bogotá, yo llevaba  la despedida de él aún en la garganta. Le dije que la había visto, el otro día, en el centro comercial. Ella hizo un gesto de asentimiento y siguió su camino como quien no le interesa encontrarse con una vieja conocida.

La dejé ir. Veinte minutos después nos encontrábamos sentándonos en puestos contiguos en el avión.

- ¿Qué fue de tu vida? - le pregunté, haciendo algún tipo de conversación casual.

Ella no respondió.

La recordaba gorda y crespa, ahora era flaca y lisa.

Saqué los audífonos de mi reproductor y a punto de ponerlos en mis oídos, ella me detuvo.

- Yo casi no te conozco - afirmó casi susurrando.

Le quise explicar que hace años, en el colegio, habíamos sido algo así como amigas, pero ella volvió a interrumpir.

- Yo casi no te conozco - repitió, esta vez más para sí misma que para mí.

Sonreí, o quise hacerlo, y torcí un poco la cabeza para un lado como cuando no entiendo algo, pero ella comenzó a hablar.

- Ayer sería la última vez que nos veríamos. Yo partiría para España y él se olvidaría de mí, ese había sido el trato, desde el comienzo. Pero...

Podría haber sido yo una pared, un poste de luz y a ella le habría dado igual, nada cambiaría el hecho que ella tenía una historia que contar y yo estaba allí.

- ... entramos a una tienda de ropa y juguetes para bebés. Jamás había sentido su mano apretar tan fuerte la mía. Fingíamos ignorar la situación, mientras él se enamoraba de una pequeña pijama con la inscripción Daddy's little rock star y para mí todo se volvía surreal.

Creo que el último recuerdo que tengo de ella es en la punta de un árbol, ambas con las faldas de colegio femenino colgando de las ramas y el sonido de la campana anunciando el inicio de las clases una vez más. Bueno, quizás no es ese el último recuerdo, pero sí el último feliz.

-... cuando caminamos hacia la farmacia fue la primera vez que sentí su mano sudar. Me dijo que prefería que no lo acompañara. Yo le dije que nos habíamos metido en esto juntos y desde el principio estaríamos los dos, pero mi repentina valentía quedó detenida por las dos mujeres que llegaron al mismo tiempo, buscando un jarabe para la tos.

Yo fui la que decidió terminar la amistad, cuando teníamos 11 años. Ella había quedado en 5A y yo en 5B, y cuando me comencé a sentir sola en clase, supe que quería hacer nuevas amigas. A ella nunca le gustó la decisión y al entrar en la adolescencia, se encargó de dejármelo muy claro.

-... luego de 40 minutos intentando acercarnos a la droguería, el juego se volvió ridículo. Él se derrumbaba poco a poco, así que lo agarré por el codo una vez más y me acerqué decidida al mostrador.  Señorita, necesito una prueba de embarazo.

El avión comenzó a deslizarse por la pista para despegar y los avisos para apagar los celulares nos dejaron en silencio. Ella apagó el suyo sin dudarlo. Por mi cabeza solo se cruzaba el recuerdo del día en el que ella me había lanzado la torta del día de la mujer encima del pelo, al frente de todo el salón, y yo había guardado silencio.

- ¿Qué sentías? - fue lo único que se me ocurrió, una pregunta tan tonta como el hecho de ser periodista.

- Miedo, muchísimo. Pero no más del que siento hoy. Todos mis planes se iban complicando en mi cabeza y mi vida se armaba por sí sola, mi mamá miraba desde el fondo del remordimiento y el viaje a España se derrumbaba a pedazos. Pero tenía la prueba escondida en el saco de él y una necesidad absoluta de salir de esa duda que no nos dejaba dormir.

El primer niño con el que salí la conocía a ella, no me acuerdo de dónde ni porqué. Pero sí sé que en una de las fiestas de quinces donde invitaron a todo el salón, cuando los dos conversábamos en un balcón, alejados de la multitud, ella se acercó y metiéndose entre los dos, se puso a conversar con él. Avergonzada, con esa horrenda adolescencia entre los bolsillos, intenté retroceder y salir huyendo, pero él me agarró de la mano y le dijo a ella que estábamos ocupados. La vi alejarse apretando los puños.

-  ... antes de realizar la prueba, tuve que llevarlo a una tienda de discos para que se tranquilizara, y lo dejé escuchando algún CD de su cantante preferido. Él era la única certeza que tenía, yo sabía que no estaría sola, o necesitaba creerlo. Quizás podríamos casarnos, o irnos a vivir juntos, al fin y al cabo ya teníamos más de 20 años. Yo ya no sería el escándalo, me repetía en la cabeza, como quedar en embarazo a los 14…

Ella no olvidó la humillación de la fiesta y durante la siguiente semana se puso peor. Todas sus amigas me gritaban por los pasillos, se burlaban de mis grandes dientes de adelante, de mi pelo largo siempre suelto y cuando se sentían más malas, me señalaban como la menos desarrollada del salón.

- ... entré al baño para discapacitados, él no fue capaz de entrar conmigo. Fue muy extraño. Jamás me había imaginado como la mujer que se hacía una prueba de embarazo, y menos en un centro comercial. La saqué del empaque y ahí fue cuando empecé a temblar.

Nos quedamos en silencio, el carrito de bebidas pasaba en ese momento por el pasillo y se detenía frente a nosotras. Yo pedí un café y ella, ignorando a la azafata, giró su cabeza hacia la ventana. Faltaba  poco para aterrizar y el cielo comenzaba a oscurecer.

- … Para esperar los tres minutos necesarios, guardé la prueba otra vez en la bolsa y salí del baño. Lo abracé a él con más fuerza que nunca y caminamos hasta una banca. La incertidumbre nos agarraba por la garganta.

La agarré de la garganta y la tiré contra la pared del salón de música, eso dicen las demás que pasó. Yo no lo recuerdo con claridad. Sé que estábamos ensayando para el baile de final de año y alguien se dio cuenta que yo no estaba coordinada. Pararon la música y todo el mundo guardó silencio. Ese alguien me obligó a repetir la coreografía.

-… Lo obligué a repetirme que si salía positiva nos reiríamos mucho, y querríamos a ese niño con toda el alma. El solo se mordió los labios.

Les intenté prometer que no volvería a pasar, que me había equivocado en solo un paso, ¡en uno solo! Pero pusieron la música de nuevo y yo tuve que comenzar, cerrando los ojos.

-... él cerro los ojos, esperando. Vi pasar a alguna pareja, ella llevaba un vestido de flores y me miró.

Ella me miró cuando me equivoqué de nuevo y el salón estalló en gritos. Quería taparme los oídos y salir huyendo del lugar, pero me quedé quieta.

- …Me quedé quieta mientras la veía pasar con su maldita inocencia y su vestido de flores, y sus pies que coordinaban con aquel que llevaba de la mano, y yo apretando entre las manos aquella prueba.

Apreté entre las manos la ira cuando la vi acercarse sigilosamente entre las faldas de cuadros, como saboreando mi derrota, y en cámara lenta la oí gritar y-alguien-que-le-corte-ese-asqueroso-pelo-de-virgen-de-pueblo. Solo sé que perdí el control.

- …solo no quería perder el control.

El avión aterrizó y el golpe nos sacó de ambos relatos. De repente nos miramos: dos desconocidas temblando de recuerdos contrarios, cruzados, sin escucharnos, sin importarnos. Los cinturones de seguridad se quedaron atados a nuestras cinturas, a pesar que el altavoz gritara lo contrario.

Se abrió la puerta de la aeronave y, como parte de la manada, ella tomó su bolso, yo mi maleta, y nos bajamos sin hablar.